El pasado domingo 23 de febrero a las 19:00 hrs. presentamos en la Feria Internacional del Libro de Minería, los libros Seguimos en pie y Semillas de marzo, con la participación de las autoras: Margarita Tortajada Quiróz, Leticia Romero Chumacero, Cecilia Figueroa y Leticia Armijo; y la directora de la editorial Eterno femenino Nohemi Luna.
Les comparto el extraordinario texto escrito por nuestra Directora de Danza de ComuArte Dra. Margarita Tortajada Quiroz, en torno a ambas publicaciones, quien hace honor una vez más a su nombre, que a partir de 2019 se instauró como Cátedra Patrimonial “Margarita Tortajada Quiroz” en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.
Mujeres como semillas que florecen
Margarita Tortajada Quiroz
La publicación de un libro merece una fiesta. Lo es porque significa que hubo un trabajo de reflexión y escritura; luego el que implica conseguir fondos y apoyos; otro más, que logra que estos cumplan su cometido. Así que en la publicación de un libro intervienen muchas personas, entre ellas las que no se mencionan, pero que realizan una titánica labor de convencimiento y negociación, que solo se logra con gran compromiso y entrega. Así sucedió con este par de libro publicados en 2019: Semillas de marzo, compilado por Cecilia Figueroa Rodríguez, y Seguimos en pie, por Leticia Armijo. En ambos casos, los libros son producto del Colectivo Mujeres en la Música, A.C.
Semillas de marzo contiene textos de numerosas autoras: doce breves narraciones literarias y/o periodísticas, y 17 poemas: en total 29 mujeres escritoras. El otro libro, Seguimos en pie, contiene tres textos de tres investigadoras. En ambos casos hay una voz que se repite, Leticia Armijo, compositora incansable, que lo mismo estrena sinfonías, que dirige un coro, que organiza nuestros encuentros anuales: es el alma de Mujeres en el Arte y gracias a quien todas hemos podido reunirnos y darnos voz. Un reconocimiento a ella por su labor, por contagiar de entusiasmo a todas, por lograr cosas imposibles. Confieso que cuando me veo desbordada de trabajo y estoy a punto de tirar la toalla, solo me falta verla, a su energía, su fortaleza, su manera de ignorar los obstáculos, y refrendo mi compromiso con Mujeres en el Arte. El resultado ahora de su labor y la de todas nosotras son estos dos libros que hubieran parecido imposibles, pero aquí están, los podemos tocar, leer, aprender de ellos y de la grandeza de muchas mujeres.
Recientemente las mujeres hemos sido acusadas de rallar y destruir monumentos, de gritar demasiado fuerte, de exigir con rabia. Y aunque no lo parezca, estos libros son parte de esos gritos y esa rabia, porque la escritura, la investigación y la reflexión también son formas de poner el cuerpo, de alzar la voz, de decir “aquí estamos”.
Yo creo que todas nos preguntamos alguna vez. ¿Ante la realidad oscura y violenta, ante la falta de entendimiento y empatía, ante los discursos vacíos y las críticas vale la pena seguir? ¿El arte, nuestro trabajo, puede acompañar a nuestras hermanas, a las madres, las hijas, las jóvenes, las niñas? ¿Nuestra labor las ayuda, las apoya, las protege? Sí, yo considero que sí.
Creo que no debemos dudar, nuestro trabajo es valioso, tiene un peso artístico y político, nos da presencia en esta sociedad misógina, nos ayuda a enfrentar las burlas y argumentar. Nuestro quehacer vale, nosotras valemos, y nuestro trabajo nos acompaña a todas, a todas las mujeres, incluso a aquellas que no tienen la posibilidad de usar una pluma para plasmar su experiencia, un cuerpo que baile, una partitura que suene, un pincel que dé color, un cincel que transforme la piedra. Difundir nuestro trabajo debe verse como un logro de todas.
El primer libro, Semillas de marzo, se refiere a las mujeres, cuyas obras son vistas precisamente como semillas dispuestas a florecer. Todas las que ahí aparecen se han convertido “en heroínas de nuestras conquistas”, y ahora las honramos por la lucha que dieron y los beneficios que nos trajeron y disfrutamos. Todas, dice Cecilia Figueroa, “queremos florecer con sus semillas, queremos hacer posible su sueño que también es nuestro. Las palabras de esta antología son para ellas, queridas semillas de marzo”.
La editorial es Eterno Femenino; la portada es de Claudia Méndez y la presentación está a cargo de Leticia Armijo. La compiladora, Cecilia Figueroa Rodríguez, logró reunir textos de narrativa y poesía que giran en torno de esas semillas que son sustento e inspiración de lucha. En todos esos textos hay denuncia, gritos, dolor, solidaridad, esfuerzo, logros. Todas dan voz a otras, hacen referencia a sus experiencias, a su valentía y trabajo, a la creación de instancias de lucha por los derechos de todas, a la búsqueda de soberanía intelectual, a las razones que las hicieron conscientes de la realidad y la necesaria postura que tomaron, la violencia que han vivido, las condenas, la muerte, las personajas que se escriben en nombre propio, las amigas, el aborto, la injusticia, la reflexión sobre los logros en lo cotidiano y lo social, los pequeños y grandes cambios.
Todos los textos son lecciones para formar guerreras; nacen de experiencias reales que permitieron el nacimiento de mujeres renovadas como ciudadanas conscientes y comprometidas con su causa que se niegan a que la injusticia y muertes de otras sean inútiles. Esos textos son gritos, son llantos, son transgresiones, son posicionamientos. Son formas de decir aquí estoy y no voy a callar. Son maneras de compartir la injusticia y la violencia vividas para que no se repitan, para acabar con ellas. Son lecciones de guerreras que dejaron su lucha para que otras las continuemos.
Otras guerreras-semillas aparecen en el segundo libro: Seguimos en pie, que, por cierto, es exactamente la declaración que todas debemos hacer. Seguimos en pie luego del terremoto de 1985 y de todos los que se han sucedido y que vendrán, los surgidos de la tierra y los provocados por la violencia y cerrazón del patriarcado. Y a pesar del temblor de la tierra y de la sociedad, las artistas producen, discuten, reflexionan, bailan, escriben, pintan, cantan y componen. En Seguimos en pie se hacen visibles muchas creadoras, su vida, sus aportes, sus vicisitudes. Dos bellos rostros aparecen en la portada y contraportada, Carmen Castro y Eulalia Gil, cuyos materiales iconográficos y videos se incluyen en dos discos compactos que acompañan al libro. La presentación, nuevamente es de Leticia Armijo, compiladora del libro, y la editorial, Eterno Femenino. Los escritos se deben a Margarita Tortajada, quien con el nombre de “Carmen Castro… Evocaciones de una danza honesta”, hace referencia a los principios de esta bailarina: honestidad, rebeldía y amor, que la definieron y definen. Fue honesta en su quehacer, fue rebelde contra todo aquello que impedía su plena realización y amó profundamente su arte. Se nutrió de las enseñanzas de sus maestros y maestras; fue parte de las instituciones de danza más importantes de la danza escénica mexicana, pero también de las nuevas propuestas que permitieron los cambios de formas y conceptos. Transitó por el ballet, la danza moderna, la contemporánea, la posmoderna, la folclórica, la comedia musical, fue bailarina de a go-go dentro de una jaula, hizo giras por Norteamérica y Europa, bailó obras de numerosos coreógrafos y coreógrafas. Luego sintió la necesidad de componer y dirigir; formó el grupo universitario Taller de Experimentación Movimiento-Espacio (después La Rueda) de la entonces ENEP Acatlán. En sus obras se pueden ver las influencias de sus mentores y mentoras; todos incisivos y filosos, de difícil clasificación. Está la honestidad de Elena Noriega, la osadía de Bodil Genkel, el desparpajo de Graciela Henríquez, el antiacademicismo de Anna Sokolow, los elementos neonacionalistas y naif de Raúl Flores Canelo. Pero ella lo reelaboró para conformar su propia obra, para ser auténtica. Con esas coreografías, y la formación dancística cotidiana que impartió, tocó a muchos y muchas jóvenes universitarias. Luego de que Carmen muriera sepultada en Tlatelolco el 19 de septiembre de 1985, La Rueda desapareció. Su ausencia pesó demasiado; fue insoportable. Sin embargo, su semilla ya había prendido y los jóvenes la fueron a llevar por todo el mundo, tocando a otros seres que la han conservado por más de tres décadas. Así, su obra y sus ojos brillantes, agresivos y dulces, están presentes en la vivencia de los cuerpos, el recuerdo de las emociones, la memoria de las imágenes.
La investigadora española Carmen Cecilia Piñero Gil publica “Memoria histórica y mujeres sonoras. Ahogar una voz, una vida: Eulalia Gil”, un testimonio sobre una artista, su madre. Ella es Eulalia Gil Pérez (1930-2009), “una cantante lírica española”, dice la autora, “cuya vida se alza como un ejemplo de superación personal y artística. Su trayectoria vital estuvo marcada por ser hija de republicanos españoles en la España franquista. A pesar de ello, enfrentó los obstáculos que la dictadura imponía a los hijos de los ‘rojos’ para desarrollar su pasión artística, pero sin embargo, su vida sucumbió ante las estructuras psicológicas e institucionales patriarcales de un desgraciado matrimonio donde el maltrato cotidiano marcó su vida hasta que la muerte impuso su inexorable presencia”. A pesar de las precariedades de su vida, de las exigencias de su marido, de los hijos que tuvo, Eulalia Gil concluyó sus estudios, fue autora de composiciones que fueron exitosamente estrenadas, dio numerosos recitales, realizó una gran labor educativa. Ella, junto con su esposo e hijos y pasando por problemas económicos, viajó a varios países; se estableció con toda su familia en Colombia y luego en Puerto Rico, para más tarde regresar a España. La voz de Eulalia Gil, su voz, sigue resonando en quienes la escucharon, y ahora en todas nosotras, “para reivindicar una vez más la memoria histórica como nutriente y lección de nuestro presente como mujeres, como seres humanos que somos”, escribe la autora.
El último texto del libro, “La mujer mexicana (1904-1908): una ínsula de mujeres modernas”, de Leticia Romero Chumacero, hace referencia a esa revista, La mujer mexicana, fundada en 1904 por la Sociedad Protectora de la Mujer. Fue editada en la Ciudad de México como “Revista mensual consagrada a la evolución, progreso y perfeccionamiento de la mujer mexicana. Dirigida, redactada y sostenida sólo por Señoras y Señoritas”. Contenía textos sobre literatura, biografías, anuncios, modas, recetas, fotografías, artículos sobre ciencia y pedagogía. El fin que perseguía la Sociedad Protectora de la Mujer, así como su revista, era, nos dice Leticia Romero, “formar una sociedad feminista, que tuviera como objeto el perfeccionamiento físico, intelectual y moral de la mujer, el cultivo de las ciencias, de las bellas artes y la industria y además el auxilio mutuo de los miembros de la sociedad”. Las colaboradoras eran científicas, luchadoras, maestras; todas con una formación profesional y buscando la emancipación de las mujeres, lo que continuaron una vez que la revista cerró, pues participaron en otras organizaciones pro derechos de las mujeres. Todas ellas compartían un proyecto político y establecieron relaciones de solidaridad y complicidad. “Había un ‘nosotras’ que las ligaba con ciertas preocupaciones y estrategias de reivindicación”. Habían identificado el sistema que las excluía por ser mujeres; entendían que el conocimiento permitiría la transformación social; y pudieron difundir sus ideas a través de su labor docente. En la revista, se valieron de la ciencia y el arte para hacerse oír, para impulsar a otras a trascender los roles simbólicos que les imponía la sociedad y dejar, nuevamente, su semilla.
En ambos libros aparecen ejemplos de lucha, mujeres-semillas, semillas de marzo que reivindicamos nosotras, las Mujeres en el Arte.
Próximamente podrás obtener ambas publicaciones en línea!